jueves, 6 de diciembre de 2007

Esperando a Caronte

.../...

La visita guiada a ‘La Crema’ y el resto de la “inducción a la mariquera” impartida por Antonio fue determinante en mi visión y mi actitud frente a la sexualidad.

Si aún hoy, saber que una persona conocida está infectada de HIV provoca cierta aprensión, a finales de los 80 las reacciones eran de pánico y rechazo explicito. La mayoría de los portadores desarrollaban algún síntoma o vivían una rutina cíclica de enfermedad-mejoría-enfermedad, pues los medicamentos no eran ni la mitad de efectivos que los actuales. Un enfermo de SIDA era un paria viviendo tiempo extra.

Según recuerdo, Antonio no trabajaba, decía escribir un libro cuyo sugestivo título sería “Esperando a Caronte” y generalmente lo acompañaba ‘Vanessa’ una muchacha loquísima que también estaba infectada y de quien Antonio decía que era “un marico con cuchara” a lo que Vanessa respondía que eso era cierto, pero que él, a su vez, era “una puta con güevo”.

Antonio sufría de una infección pulmonar que de tanto en tanto lo mandaba al Hospital Clínico Universitario, mientras que Vanessa tenía instalado un hongo en el dedo pulgar de una mano que cada día se veía peor.

Si Antonio y Vanessa ofrecían la experiencia y el desenfado de quienes regresan perdidos (o victoriosos según se vea) del infierno, nosotros nos encontrábamos en el otro extremo de la anormalidad: más que “niños buenos” éramos una selección de inexpertos, sobreprotegidos y, sobre todo, peligrosamente ingenuos.

La relación con Antonio duró poco, pero en esas semanas se comprimieron años de experiencia y conocimiento. Antonio (más que Vanessa) nos adoptó y se ocupó de nuestra educación sobre sexo y homosexualidad, mientras que nosotros (más Juan que yo) nos ocupábamos de sus carencias emocionales y materiales. Así, mientras Antonio nos llevaba al Cine Urdaneta, al Callejón de la Puñalada, a los diferentes circuitos de Caracas y al Ice Palace, nosotros le procurábamos comida, un poco (muy poco) de dinero y mucho afecto.

De hecho, a la semana de vernos con él a diario, alguno de nosotros confesó que estaba preocupado porque comenzaba a sentirse “enamorado” de Antonio y resultó que todos estábamos en lo mismo: Teresa, Juan y yo sentíamos una mezcla de ternura, lástima, cariño y deseo que confundíamos (¿o eso es en realidad?) con amor. Por ese enamoramiento hubo episodios de celos y recelo. La primera en deponer el interés fue Teresa quien nada tenía que buscar con el muy homosexual Antonio, así que dejó de asistir a los encuentros. Luego yo mismo preferí ceder ante Juan que decía sentir un “gran y verdadero amor” que –según afirmaba- era correspondido por Antonio cuando se veían a solas.

Todo terminó a causa de un gran peo que podría resumirse así: 1º Antonio me dice que Juan lo tiene asfixiado al insistir en una relación que él no quiere pues Juan no le gusta para nada; 2º En medio de una crisis de amor no correspondido, yo le digo al desesperado Juan que se deje de pendejadas porque Antonio no lo quiere y solo desea amistad, y 3º Herido en su orgullo, Juan me manda a lavar ese culo y a beberme el agua resultante por envidioso y mentiroso pues Antonio le ha declarado su amor varias veces y el único problema es que aquél no quería exponerlo al contagio…

Nunca más volvería a ver a Antonio. Tampoco lo volvería a ver Juan, con quien me reconcilié medio año después. Para ese momento ya no era virgen y me movía por el “ambiente” como pez en el agua, siempre a la caza de experiencias nuevas y, preferiblemente, proscritas. El gusto estaba (y está) en conocer que tales cosas existían y en vivirlas lo más cerca posible, siempre como testigo, siempre de visita, probando sólo cuando el riesgo era mínimo y estaba controlado.

Ese sería el legado del querido Antonio: el poder que da saber que se pueden vivir las experiencias más atroces o sublimes sin involucrarse, siendo sólo un testigo y plenamente consciente de las consecuencias que tiene el dejar de ser solo eso.




(Con cariño para Antonio, quien seguramente se habrá encontrado con Caronte hace más de una década y debe vivir feliz en el Hades, envidiado por ingenuos que partieron sin disfrutar de la vida).

No hay comentarios: