martes, 9 de octubre de 2007

¡Sí papi, acósame!

Ser un homosexual negado o un bisexual contenido es cosa de mucho cuidado. Pareciera que eso de reprimir los deseos y luchar contra las tentaciones es peor remedio que entregarse a ellos. Quizá una buena atragantada de lo prohibido nos dejaría empalagados, alejándonos así, por un buen tiempo, de esas incómodas urgencias. Digo esto porque me parecen graciosas las cosas de que son capaces algunos hombres que, sintiendo atracción por sus congéneres, deciden seguir el libreto estándar casándose o viviendo en pareja con una mujer, criando hijos, etc. Bueno, me parecen divertidas las circunstancias de mis encuentros con ellos, no la situación en que ellos viven… El más extraño de estos encuentros fue con un médico internista al que acudí por no recuerdo que tontería… Este médico compartía consultorio con su esposa (pediatra) en el anexo de una clínica. De él, sólo conocía que mezclaba la medicina tradicional con acupuntura y otras extravagancias holísticas. El día de mi primera consulta lo conocí cuando salió a despedir a una de sus pacientes y saludó a varias de las madres que esperaban con sus niños por su esposa (allí me enteré que el hombre estaba casado con la médico vecina). Era un señor normal, de unos 45 años y con el tipo clásico de médico respetable: canas, esbelto y una apariencia pulquérrima que incluía la consabida bata blanca. Cuando tocó mi turno, me hizo pasar, cumplimos la charla de rutina sobre antecedentes médicos, operaciones, etc. Luego vino el examen físico: -“Pase por aquí. Por favor desvístase y colóquese esta bata. Ya vuelvo”. –“Aja, vamos a pesarte; muy bien; abre la boca, bien; por favor quítate la bata y recuéstate en la camilla”. …¡Y allí empezó lo bueno! El doctor, con su cara de “circunstancias médicas” me apretó la barriga por aquí, me flexionó una pierna por allá y luego me anunció que me colocaría acupuntura: -“Estas agujas van a ser las tuyas, te las vas a llevar y debes traerlas cada vez que tengas cita, por favor quítate las medias”… Lo de la acupuntura me pareció genial, primero por mi confeso toque masoco: cualquier cosa que provoque una dosis controlable de dolor me encanta, y luego, porque hasta ese momento no había recurrido nunca a esa “técnica milenaria” y no quería morir curioso… Pues bien, el doctor comenzó a clavarme las agujitas, una en la frente, una en cada espacio entre pulgar e índice de manos y pies, descendiendo por el pecho, subiendo por las piernas y en la barriga me dibujó una especie de círculo atravesado por una cruz… Después siguió descendiendo por mi vientre y la cosa me empezó a parecer extraña cuando me bajó los interiores hasta la base del pene y me colocó una banderilla allí, justo donde nace el machete… Después de esto, empezó a rotar suavemente las agujas, supuestamente para “activarlas” y cuando toco el turno a la agujita atrevida apoyó el canto de la mano sobre mi verga… “Ya regreso” –me dijo- “relájate, es importante que estés relajado”… Que relax ni que nada, ese tiempo lo consumí en un debate interno: “¿Y esto será normal? ¿Será que a este señor le gusta la vaina? No, vaya cabeza enferma la tuya si el hombre está casado y tiene a la mujer al lado…”. El doctor regresó al rato y volvió al tema de la “activación” de las agujas, activación que incluyó la bajada completa de mis interiores: -“¡Ah, si, la operación de hernia inguinal!, muy buena cicatrización, ¿No te han molestado más?” –“No doctor.” –“Vamos a verificar”… Esa verificación consistió en palpar mis ingles y la base de mi pene por ambos lados, presionando con sus dedos en movimientos circulares… Obviamente, a los pocos instantes mi verga empezó a llenarse de sangre y una decidida erección era inminente… Como aún no podía creer que aquella vaina tuviese connotaciones sexuales, me angustié temiendo cómo reaccionaría ante mi decidida exitación. Pero contrario a lo temido el doctor, con un tono más que normal, me calmó: -“Veo que problemas de erección no tienes. No te angusties que eso es natural, eres un muchacho joven”... Este comentario me abrumó, pero lo que siguió me dejó alucinando: -“Ah, una postectomía parcial, "¿y eso?”, palabras que profirió mientras tomaba mi pene con su mano helada y lo pelaba lentamente descubriendo su cabeza… -Sí, la pedí cuando me operaron de la hernia. La quería completa pero el médico la hizo parcial para que no perdiera sensibilidad- Respondí desde mi trance… -Claro, porque se ve que no tienes problemas de fimosis- Replicó pelándomela de nuevo, esta vez con un movimiento más severo que tensó la piel hasta el dolor-placer. Su mano fría rodeaba firmemente mi miembro y la presión que hacía, junto a la tensión hiriente y la imagen de todo ese conjunto, me causó un primer espasmo que derramó una gota cristalina sobre su mano. Impávido, me soltó, buscó una toalla de papel para limpiar su mano y luego tomó otra con la cual me limpió delicadamente... Tomó el algodón empapado en alcohol y comenzó a retirar las agujas mientras conversaba de no se qué banalidad. -“Vístete y nos vemos al lado”... Las consultas se sucedieron y la rutina era casi la misma con la diferencia que, al llegar el tercio de banderillas, yo me despojaba de los interiores y me tendía desnudo sin culpa alguna sobre la camilla… Él se detenía brevemente en mi pene estimulándolo indirectamente de diversas maneras, primero con excusas (despistar quistes en los testículos, verificar si algún vello estaba infectado) y luego sin mediar explicaciones. Parecía existir un pacto tácito de respeto a las formas: él siempre mantenía una actitud profesional y cara de circunstancias, y yo me quedaba muy quieto, “como si me estuviesen operando” (nunca mejor dicho)… Su placer era exitarme hasta niveles insospechados pero usando siempre "rutas alternas": roces que no llegaban a ser caricias sobre mis muslos o los vellos de mi pecho; apoyar sus manos de hielo en mi vientre o el pene; dejando caer levemente la yema de un dedo sobre mi tetilla, todo esto mientras rotaba las fulanas agujas. …Es increíble la dimensión que pueden llegar a tomar la sexualidad y el erotismo fuera de la genitalidad, era como sostener en mayúsculas el sentido del tacto: cada toque levísimo se potenciaba en placer y deseo. Además, era tremendo salir de su consultorio con esa extraña sensación de peso en mi sexo, no llegaba a ser la desagradable “cojonera”, pero sí una especie de sobrecarga, de exaltación; en una protesta por la falta de atención, mi pene permanecía todo el día congestionado, gordote, nunca luego luciría tan espléndido estando dormido… Era genial poder presumir de paquete en la oficina y el gimnasio, llevaba un animal inquieto entre las piernas que se alborotaba hasta por el roce del mismo pantalón… Claro, como suele suceder con estas relaciones extrañas y precarias (pero maravillosamente funcionales) el encanto se rompió por querer bajar las cosas al terreno de lo usual, pero es que la tentación era mucha y era cruel: no soportaba ver a aquel hombre (que parecía tener buen cuerpo) tan envuelto en ropas y con esa bata blanca que le llegaba a las muñecas… Además, el muy cabrón en ciertos momentos se paraba junto a la camilla, presionando sus muslos contra el borde, dejando así su abultada y perfumada bragueta a cuatro dedos de mi cara... Por supuesto que más de una vez pensé en lanzarle una mano, en arrearle un beso, en lamérsela por encima del elegante pantalón, pero no se me ocurría excusa alguna que justificara ese cambio en el guión… Un día dijo encontrarme “muy tenso” por lo que me hizo sentar, se colocó detrás de mi y comenzó a masajearme los hombros y la espalda para finalmente rodearme con sus brazos y acariciar –ahora sí con absoluto descaro- mis tetillas. “Este es el momento” –pensé- y lancé un derechazo directo a su entrepierna. Él saltó, se incorporó con una cara de asombro de lo más auténtica y soltó un: –“Pero si yo soy tu médico, esto no es correcto”. A mi perplejidad se comenzaba a sumar una rabia incipiente, así que sólo atiné a responder: –“lo siento”, y ambos seguimos como si no hubiese pasado nada… Luego de ese "incidente" no regresé a sus consultas. Él me llamó pasados uno o dos años con la excusa de pedirme una asesoría profesional y luego lo conseguí hace poco –familia en pleno- en un acto académico: su esposa y yo nos graduábamos ese día en diferentes postgrados… En ambas ocasiones me recriminó por haberme perdido y me invitó a regresar a su consulta pero no he querido volver, creo que ya estoy muy viejo para andar "jugando al médico" y si vamos a jugar, pues un día tu y otro yo…