jueves, 8 de noviembre de 2007

Verte y Después Morir, Vol. II

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Y sí, era casado. Aquella foto no podía significar otra cosa. Mientras él buscaba los papeles en el cuarto, yo sopesaba un puñado de opciones: “-Quizá esté divorciado, estoy seguro de que no lleva alianza en la mano; pero si está divorciado, qué sentido tiene conservar esa foto allí, tiene que estar casado. Coño, pero si está casado ¿cómo me va a traer a su casa? Este carajo o está loco o efectivamente quiere ayuda con su trabajo y nada más…”.

Más confundido quedé cuando Andrés llegó vistiendo bóxers, una franela roída que dejaba ver pedazos de su torso y sandalias de cuero. Me entregó una constitución y se sentó en una de las butacas, mesa de por medio. Al dilema de su estado civil se sumó otro: no sabía si molestarme ante la negada oportunidad de desvestirlo yo mismo (cosa con la que venía fantaseando todo el camino) o agradecerle que me dejara verlo de nuevo casi desnudo.




-Andrés, por las fotos veo que eres casado, ¿No? Le comenté fingiendo desinterés.
-Sí. Respondió sin agregar nada más.

Mientras hablábamos de la nueva constitución, Andrés –maestro de la seducción- se descalzaba y subía una y otra pierna a la butaca, cruzaba un brazo tras su cabeza… Algo estaba clarísimo: él era el dueño de la situación y la manejaba a su antojo. Luego de tentarme con la visión de sus muslos, sus pies, sus axilas, me ofreció (¿o le pedí?) un vaso de agua y al regresar de la cocina se sentó a mi lado, siempre conversando con descarada normalidad, como si existiese un buen grado de confianza entre nosotros.

Era obvio que Andrés no estaba prestando ninguna atención a los temas que supuestamente revisábamos y se divertía a mares haciéndome penar de deseo. Cuando tuvo suficiente de eso se acercó absolutamente confiado y me besó…

Antes de él, solo había sido besado por mi primera pareja. Por supuesto que entre ambos eventos habían transcurrido muchos besos, pero en ellos generalmente era yo quien besaba marcando el cómo y el cuánto o ambos luchábamos por dominar la boca del otro. Ser besado, es distinto.

Era Andrés quien me besaba y eso quedó claro cuando pasó su mano tras mi cabeza inmovilizándola. Su lengua era ágil y sus dientes especialmente afilados, llegué a temer que –si apretaba un poco más- tajaría mis labios si problema.

-Ven, vamos al cuarto.
-¿Y tu esposa Andrés?
-Hoy se queda en casa de su mamá.
-Pero, y si decide venir ni siquiera la has llamado, ¿por qué no la llamas?
-Ven, Vamos al cuarto.

Fuimos a su cuarto, al cuarto que compartía con su esposa. Seguramente lo adecuado hubiese sido sentir temor, culpa o al menos respecto por aquél lecho ajeno pero no fue así, no me importó para nada y es que por acostarme con él me hubiese echado sobre el altar mayor de una catedral.

De pie junto a la cama, tomó la franela para sacársela, pero lo detuve a tiempo: “-No, por favor déjame a mi”. A partir de ese momento Andrés entregó el mando y se abandonó a mi ávido hacer.

Lo tomé por la cintura, ambas palmas a sus costados, y poco a poco fui subiendo su franela mientras acariciaba su torso. Su piel era suave, firme y tibia. Con su pecho ya descubierto, lo abracé y hundí mi nariz en su cuello.




Aunque ello no hable muy bien de mí, he de confesar que soy muy genital: una vez en la cama –y sobre todo si se trata de un encuentro casual- no tengo paciencia para los prolegómenos, voy directo a alguna forma de contacto. Puede que luego acceda a juegos, caricias o pausas, pero primero debo adelantar algo concreto.

Con Andrés fue diferente y de ello tomaría conciencia mucho después. Instintivamente, a Andrés lo disfruté con todos los sentidos. Cierro los ojos y puedo recordar y casi recrear el aroma, el sabor y la textura de cada resquicio de su cuerpo; el galope de su corazón, el tono y matiz de cada gemido, cada queja, cada ruego suyo.

Tendido ya en la cama, barrí con nariz y boca sus brazos, su cuello y su pecho. Al llegar a sus pezones me sentí como quien conquista una cumbre, recordarán que al verlo entrar a la sala húmeda me sorprendió el color y tamaño de sus tetillas, rosadas y redondas como pétalos de una flor. Las besé, las mordí y esa noche entendí la fijación del macho común por las tetas femeninas.




Seguí bajando por su torso con boca, nariz y manos. Al llegar a sus bóxers me incorporé un poco y me dispuse a tomar la segunda cumbre. Pasé las manos tras su cintura y hacia sus nalgas bajando los pantaloncillos desde atrás con la intención de mantener su verga cubierta hasta el último instante. Andrés levantó las piernas y apuró la salida de la prenda. Tumbado sobre él, pude ver su pene con todo detalle: era grueso, mucho más ancho en la base sin que por ello la punta dejara de ser gruesa también. Al rodearlo con la mano mis dedos no se encontraron, cosa rara pues mis manos son grandes, así que tal desproporción me hizo tragar grueso.


Tiré de la piel descubriendo su cabeza que no era rosada como sus pezones sino de un rojo vivo. Su glande era redondo, carnoso y ancho rematado por un orificio más bien pequeño y sin labiecillos. Si todo el cuerpo de Andrés vestía una piel de tersura infantil, la cabeza de su verga mostraba las marcas de una vida mundana: marcas ásperas y oscuras, recuerdo de múltiples batallas.

Otra particularidad de aquél miembro maravilloso era que todo el borde de su cabeza estaba coronado con dos filas de minúsculos dientecitos blancos y triangulares que evocaban la boca de un tiburón. Llegué a temer que se tratase de alguna clase de lesión, luego supe que eran las mismas glándulas (o pápulas perladas) que muchos tenemos y que en él, como parecía ser la norma, eran hipertrofiadas.



Sus bolas eran pequeñas, más pequeñas que el promedio, pero en nada deslucían el esplendor del conjunto. Al menos sus bolas cabían completas en mi boca, cosa que nunca sucedió con su verga.

Luego de atender su pene recogiendo y catalogando cada aroma y cada sabor, me detuve un rato en su periné y tomé aliento para remontar la tercera y última cumbre, una a la que temía no me dejaría llegar.

Escribiendo esto acabo de caer en cuenta de que con Andrés nada fue como yo lo esperaba: me prestó atención cuando lo lógico era que me ignorará, resultó casado cuando su imagen era la del típico yupi homosexual, me entregó el mando cuando juraba que iría directo a por mi culo… Y lo mismo ocurrió cuando rocé el suyo con mi lengua, de un solo golpe se giró y quedó boca abajo dejando ante mis ojos el mejor culo jamás visto. Después me enteraría de su propia boca que no le gustaba su culo, que le parecía vulgar y desproporcionado y que mujeres y hombres por igual le hacían comentarios maliciosos acerca de él.




Pero las nalgas de Andrés eran “Perfectas”: redondas y turgentes. Su color era tan maravilloso y parejo como el del resto de su cuerpo, sin marcas de bronceado ni imperfección alguna, eran lampiñas y –en un nuevo error- pensé que, tan musculosas, sería difícil abrirlas para llegar hasta su fondo. Tampoco fue así, luego de acariciarlas, lamerlas y morderlas, se abrieron como fruta madura dando acceso a un valle de pelos y aromas dulces. Besé con ternura aquel canal y la cara interna de sus nalgas hasta asegurarme que toda tensión hubiese desaparecido, entonces le besé el culo, beso en el cual me esmeré como el que enseña a amar a una virgen. Tal esmero me ganaría recompensas pues, fuera de aquel tibio refugio, Andrés comenzaba a gemir con su voz ronca de macho “Perfecto”.

…/…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Divino, Lascivus! Vas construyendo el recuerdo de tu aventura y no deja de parecerse a la más codiciada fantasía que cualquiera puede tener... ¡al menos hasta ahora! Como nunca me pasa una cosa así, creo que yo hubiese huído raudo, sospechando foul play, ja ja ja...

Un saludo... ¡Esperando la tercera parte!

Lascivus dijo...

Sí ElOtro, tan cierto como que, a veces, yo mismo no puedo creer que me haya pasado algo tan maravilloso. Con el tiempo uno idealiza a las personas y las situaciones, pero en este caso no es así, este coño era tal cual lo pinto. Esta experiencia fue poco menos que una bendición, sobre todo por cosas que contaré a continuación.

¡Un abrazo amigo y gracias por estar alrededor!

Juanjo dijo...

Ok. Ya he tenido el tiempo para sentarme a leer tu post. Es inquietante, por naturaleza y por situaciones afines. Algun dia hablare de yo como "el otro" en un matrimonio hetero jejejeje bonitas nalgas has puesto, se te agradece.
Me encantan tus relatos, se pueden oler y sentir, es maravillosa la atmosfera que logras.

Anónimo dijo...

Amigo! Realmente que las historias mas eróticas cobran otra dimensión cuando son escritas por tí. Sin abusar de la descripción lo llevas a uno al lugar y al momento. Me siento como el personaje que está escondido detrás de la cortina prescenciando todo. Si ves que la cortina se mueve rítmicamente... no te asustes que soy yo.

Anónimo dijo...

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