domingo, 9 de septiembre de 2007

Los Muhachos de Peralta y El Jardín de Las Hespérides. Vol. II

.../... Una vez en el carro comenzó el escrutinio: Peralta era un gochito catire. Allí sentado no se veía tan pequeño como había lucido junto a sus compañeros. No era ninguna belleza: treinta y pocos, retaquito; de extremidades más bien cortas y cabello castaño, pero con una cara bonachona, de esas que te sonríen hasta con los poros, de las que confiesan inermes: “soy más buena gente que el carajo”. Además, gocho al fin –y a pesar de las circunstancias- había algo respetuoso en su trato que me gustó. -Y entonces chamo, ¿Qué haces por ahí tan tarde? (El viaje era corto así que la cosa era para ya, le clavé los ojos en la entrepierna y respondí) -Nada en especial, esperando a ver qué sale. Peralta agarró la seña y se llevó la mano al bojote: -En eso andamos todo. Hicimos el mandado, prendió dos cigarros y emprendimos el regreso con la maravillosa ventaja que, para quién como yo dice no conocer El Centro, conseguir retorno en la Fuerzas Armadas es cosa dilatada. Durante los lapsos que me permitía el manejo, le miraba con descaro el paquete. A esas alturas, ambos sabíamos a la perfección cuál era el juego pero, a pesar de los pesares, yo conservo un punto de pudor, o de orgullo pendejo, que me impide hacer la primera oferta. -¿Te gusta?- Salvó la parte Peralta. -Sí chamo… ¿Puedo?- Pregunté levantando apenas la mano. …Es paja decir que no disfruto a rabiar todo lo que viene después, pero la sensación que ofrece ese momento efímero, ese instante en que duda, temor y deseo han tensado el cuerpo hasta el dolor y es inminente el abismo, ¡es lo máximo! La expectativa del contacto, ese avanzar –rapaz y profano- sobre un cuerpo desconocido, es para mi el verdadero orgasmo del encuentro callejero… -Dale. Respondió Peralta quitando su mano del bojote. Mi brazo recorría el camino a su entrepierna y mi mente encomendaba el carro a todos los santos y me picaba: ¡La Ley de la Escuadra, este gochito debe tener una mandarria! Dos sobadas sobre la envoltura para cumplir los honores y enfilé contra el cierre. -Deja que me estacione en alguna parte, no me toque devolverte con el volante de sobrero. -jajaja, Dale pues. Alcanzada la calle segura (una que solía traerme suerte) abrí el cierre y metí mi mano...
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2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Estoy salivando, Lascivus! No hay derecho, je je je...

Pana, estamos claros en que ese instante en que se cae la careta, en que las indirectas dan paso a la frase morbosa y rompedora, es el momento cumbre, casi mejor que lo que viene. La transgresión de ese momento es como droga.

No importa cuántas veces te levantes a un chico bello en una disco gay, o cuántos culos hagan fila para conocerte en un sauna. Cambio esos esperados y esperables avances por un saludo mudo con apretón de paquete en un ascensor de oficina, por un obrero con la escoba en la mano y el güevo parado que te dice bajito ¿quieres?, por un mecánico que sostiene la mirada tan sólo medio segundo más de lo usual y que te hace estallar en el pecho un relinche de entendimiento cuando sin decir nada mira hacia el fondo del taller con el rostro demudado en quieta complicidad.

¡Brindo por los encuentros callejeros! ¡Parte III, parte III!

Lascivus dijo...

jajajajajaja... Mira, solo puedo decir una cosa:

¡¡¡¡¡¡MOROCHO!!!!!